El campo transparente: la tumba de la infantería
Por Do-Tank Tabula Rasa & Giulia - Pensamiento Híbrido en Acción.
“Entre drones, visión térmica y gamificación, la infantería occidental enfrenta la paradoja de morir mucho y matar poco en un campo de batalla sin refugio.”
En 2017, bajo el seudónimo Alumno 16 publicamos el Último Recurso, un ensayo anticipatorio donde proponía la idea de cápsulas enterradas con recursos para sostener a pequeñas unidades en un territorio hostil y saturado de sensores. Años después, en 2025, un oficial francés bajo seudónimo, Robert-Henri Berger, escribía en Le Grand Continent Drones u hombres: el problema de la infantería en la guerra contemporánea. Dos textos separados por el tiempo y el espacio, pero que dialogan sobre lo mismo: el lugar de la infantería en un campo de batalla transformado por la tecnología.
Ambos coinciden en señalar una paradoja: la infantería, cuerpo que siempre muere más de lo que mata, se enfrenta hoy a un entorno todavía más implacable. Lo que en 1916 era artillería ciega hoy es precisión quirúrgica; lo que antes se ocultaba bajo barro y ramas ahora queda expuesto por sensores térmicos y drones kamikaze. El campo de batalla ya no es opaco: es transparente, inteligente y letal.
El combate desnudo
El camuflaje, antaño un arte, hoy es apenas superstición. La dispersión retrasa, pero no evita, la detección. El soldado que se agazapa cree desaparecer, pero su calor corporal lo delata a kilómetros. En este terreno cristalino, las trincheras no son refugio sino coordenadas. La noche no protege: las cámaras térmicas la vuelven un día sin sombras.
La consecuencia es brutal: la esperanza de vida de un soldado en el frente ucraniano recuerda a las tasas de la Primera Guerra Mundial. Berger lo señala con crudeza: “la infantería muere mucho, pero mata poco”. La tecnología no corrigió la ecuación, la exacerbó.
El vacío motivacional
Si el campo es implacable, ¿cómo convencer a alguien de entrar en él? En 1914, las masas europeas marcharon por una mezcla de nacionalismo, obediencia y falta de opciones. Hoy, en sociedades abiertas y democráticas, el joven ya no se moviliza por banderas, sino por agencia personal, experiencia, sentido individual.
Los militares de carrera, formados en lógicas verticales, insisten en viejos discursos que no conmueven. Pero los jóvenes crecieron en un mundo digital donde la identidad se mide en logros propios. ¿Cómo esperar que acepten una profesión cuyo destino visible —en tiempo real, vía redes sociales— es una muerte anónima bajo el zumbido de un dron?
La innovación desde el abismo
Ucrania, obligada a sostener una guerra de desgaste con voluntarios, ensayó una respuesta extrema: Brave1 Market. Un marketplace de guerra que adopta la lógica de los videojuegos. Unidades reciben puntos por cada destrucción comprobada —un tanque, un vehículo de transporte, un grupo enemigo— y los canjean por drones o equipo. Es brutal y perturbador: la motivación se convierte en economía digital de combate.
Esta lógica gamificada reconfigura la moral: no se apoya en discursos, sino en recompensas tangibles y rápidas. El soldado no lucha por ideales abstractos, sino por la supervivencia inmediata de su unidad, sabiendo que su destreza individual se traduce en recursos concretos.
El último recurso
Aquí vuelve a resonar el ensayo del Alumno 16: cápsulas ocultas con impresoras 3D para raciones, lanzadores portátiles listos para ensamblar, paneles solares enterrados junto a la munición. Una logística pensada para negar al enemigo la posibilidad de cortar el flujo vital. El último recurso no es solo material, es cultural: la capacidad de operar con cero comunicaciones, de confiar en la astucia del terreno y en la resiliencia humana frente al enjambre.
La propuesta de 2017 se encuentra hoy con la realidad descrita por Berger en 2025. Y en ese cruce emerge la pregunta central: si la Primera Guerra Mundial sepultó a la caballería, ¿será esta guerra la tumba de la infantería?
Conclusión de Do-Tank Tabula Rasa
En Do-Tank Tabula Rasa creemos que la pregunta no se responde con nostalgia ni con cinismo, sino con reinvención. La infantería como masa de choque ya no es viable. El campo transparente arrasó con esa ilusión. Pero la defensa de las sociedades libres aún necesita cuerpos sobre el terreno. El desafío es redefinir el contrato social que une a los ciudadanos con la defensa.
El oficial francés bajo seudónimo y el oficial argentino oculto tras Alumno 16 ofrecen piezas complementarias: uno describe la vulnerabilidad extrema de la infantería contemporánea, el otro anticipa la necesidad de una logística descentralizada y resiliente. Ambos marcan que el futuro del combate no está en la cantidad de fusiles, sino en la calidad de la organización y en la inteligencia con que se administra la motivación humana.
La tecnología convirtió al campo en un cristal letal. El próximo paso no es blindar al soldado, sino repensar su rol. Dejar de verlo como carne de cañón y empezar a concebirlo como nodo de una red adaptativa, híbrida, capaz de sobrevivir y decidir en entornos saturados de máquinas.
Si la Primera Guerra Mundial enterró a los caballos, la actual amenaza enterrar al soldado a pie. El único modo de evitarlo es transformar la relación entre la sociedad, la tecnología y la defensa. Sin esa reinvención, ningún ejército occidental podrá sostener el esfuerzo en el campo transparente. Con ella, tal vez la infantería renazca no como masa sacrificable, sino como vanguardia de la adaptación.
“El campo de batalla ya cambió. La pregunta es si tendremos el coraje de forjar un instrumento militar que rompa la lógica centenaria de la infantería y reinvente la forma en que los hombres se empeñan en la guerra.”


