Bahía Ácida – La cápsula sumergida.
Por Do-Tank Tabula Rasa con GiuliA
Pensamiento Híbrido del Siglo XXI
En el extremo sur del continente, donde la señal se vuelve inestable y el mar ya no obedece a los mapas, una anomalía persistente comienza a alterar la percepción de control estatal. Allí, donde no hay cobertura, pero sí interés, se activa silenciosamente el Nodo 16.
Una antigua instalación portuaria, oficialmente en desuso, ubicada en una ensenada sin nombre entre Santa Cruz y Tierra del Fuego, se convierte en el epicentro de la inquietud. Pocas embarcaciones se acercan. Menos aún preguntan. Las interferencias en comunicaciones de alta frecuencia comienzan a extenderse por toda la zona austral. Embarcaciones sin bandera clara maniobran fuera de las rutas comerciales. Científicos denuncian boyas offline, actividad sísmica sin explicación clara y fallas en sensores de monitoreo oceánico. Desde el Comando Naval local no hay respuesta firme. El silencio institucional es tan denso como el clima.
Se decide una intervención sin declaración oficial. El Nodo 16 se despliega en modo sigiloso, apoyado por pescadores artesanales, un pequeño nodo científico civil, y enlaces satelitales alternativos. Tres integrantes clave se movilizan: Carlos, operador espectral; Lucio, cartógrafo oceánico; y Fabio, encargado de la intervención táctica.
Carlos se instala en una pequeña cabaña abandonada cerca de la costa, desde donde monta una antena improvisada con piezas recuperadas y enlaces de baja latencia. A través de un espectro electromagnético extendido, comienza a mapear señales que no deberían estar ahí. Detecta picos irregulares en frecuencias no registradas, patrones de repetición en el ultra bajo, y una señal que parece emitir desde debajo del agua con una codificación de rebote satelital. No habla mucho. Solo entrega una afirmación certera: “Eso no es argentino. Y está vivo.”
Lucio, mientras tanto, opera desde una embarcación científica abandonada que ha adaptado como estación de análisis móvil. Introduce una red de sensores pasivos en la zona, aprovechando los restos funcionales del sistema de boyas. Alimenta sus algoritmos con datos de presión, temperatura, y corrientes subacuáticas. En la madrugada del segundo día, el patrón se revela: una cápsula sumergida genera una corriente térmica mínima, pero constante, como si necesitara enfriarse. No está sola: hay una estructura que la protege, camuflada bajo formaciones rocosas.
Fabio navega de noche. Solo. El bote zódiac no tiene luces. El motor apenas zumba. Lleva consigo una mochila opaca, armamento no letal, y un módulo de registro visual de alta definición. Se aproxima al punto marcado por Lucio. Antes de llegar, desciende al agua y avanza a nado hasta alcanzar la estructura de superficie. Neutraliza el sistema de anclaje flotante con una carga electromagnética de interferencia. Luego accede al interior del módulo auxiliar. Lo encuentra vacío de personal, pero lleno de sensores activos. Registra todo. Extrae los módulos de memoria, inutiliza la transmisión ascendente y deja una marca térmica en la carcasa: una firma no rastreable, pero reconocible para quienes saben buscar.
Al retirarse, los tres saben que nadie agradecerá nada. Que no aparecerán en informes. Pero la costa ha vuelto a ser invisible para quienes creían estar viendo todo.
La operación queda registrada como “Bahía Ácida” por un detalle menor, que solo Lucio advirtió: Durante toda la misión, los peces de la zona evitaron la ensenada. No por ruido. No por presencia humana. Sino por un leve descenso en el pH del agua, causado por el sistema de enfriamiento del módulo subacuático. Un marcador químico de soberanía alterada.